Vías en mal estado y estaciones que apenas sobreviven

12.03.2018 19:47

Vandalismo, roturas, animales. Salvo casos puntuales, las terminales están casi abandonadas.

Hernán Guercio / hguercio@lanueva.com.ar

   “Hay lugares donde no podemos ir a más de 20 kilómetros por hora, porque a 30 nos damos vuelta”.
   Metros más, metros menos, son 138 los kilómetros que separan Grünbein y Coronel Pringles a través del ferrocarril Roca, por el ramal Olavarría-Bahía Blanca. El tren de pasajeros desapareció de estas vías hace casi dos años y, conforme pasaba ese tiempo, lo mismo pasó con la esperanza de la gente que aguardaba pacientemente en el andén. Hoy tan solo subsiste el tren de carga, con hasta cinco frecuencias diarias entre ambos puntos, aunque lo normal son cuatro: dos de ida y dos de vuelta. La velocidad promedio apenas supera los 18 kilómetros por hora; para viajar entre ambas ciudades se tardan unas siete horas debido al estado de las vías.
   El corridillo general es que el número de formaciones se duplicará una vez que esté en funcionamiento Vaca Muerta: nadie lo sabe a ciencia cierta, pero todos lo afirman en voz baja. Pero es esta cuestión, señalan, la que decreta la muerte del ramal para el tren de pasajeros y con él, la de algunas estaciones que atraviesa.

   En la época de construcción de las vías era necesario ubicar terminales cada unos 20 kilómetros de distancia, para la carga de agua. Con el correr del tiempo y el avance de la tecnología, algunos de esos sitios terminaron siendo el lugar de asentamiento para muchas familias y evolucionaron en pueblos y ciudades. Otros a duras penas sobrevivieron, si es que pudieron hacerlo.
   Entre Calderón, en Bahía Blanca, y la estación Julio A. Roca de Coronel Pringles se dispusieron ocho estaciones: Corti, Cochrane, Cabildo, Estomba, Saldungaray, Sierra de la Ventana, Peralta y Stegmann, con distancias que varían entre los 10 y 19 kilómetros entre ellas. Pero la realidad actual de cada una de ellas traza diferencias aún más abismales.
   Lo dijo un viejo empleado del ferrocarril: “estación de la que no se hace cargo el municipio, la roban”.
   Salvo los casos de Sierra de la Ventana, Cabildo y Saldungaray, el resto de las estaciones han sufrido rapiña, vandalismo, incendios, roturas, tornados o bien son usadas como gallinero y lugar de cría de animales. Vidrios rotos o faltantes, chapas y techos volados, vagones varados y oxidados, pastizales, animales y el olor a viejo, a humedad, son el común denominador. Muchas también son utilizadas como “hospedaje” por viajeros o gente de paso.

   “No es sencillo -cuenta Néstor Oscar Verbeke, cuidador de la estación Estomba desde hace diez años-. Uno se va al pueblo y cuando vuelve siempre falta alguna cosa o hay algo roto. En la casa del jefe de estación, la gente venía con motosierras a cortar las cabreadas de madera”.
   Cochrane es el caso más extremo y el claro ejemplo del peligro que corren estos lugares una vez abandonados: hoy no queda casi nada. Salvo algún camino rural interno, solo se puede acceder a ella a través de un camino que se encuentra a 25 kilómetros de Bahía Blanca, por la ruta provincial 51, e ingresar por otros 5 kilómetros de tierra y piedra. Lo difícil es encontrar la estación, hasta que se observa una suerte de basurero: detrás de él se pueden ver los restos del viejo andén y no mucho más. Entre las vías nacen cardos rusos y todo tipo de pastizales. Incluso, la calle que bordea la estación ha sido tapada por yuyos demasiado secos, y todo el predio está alambrado.
   En el extremo norte se encuentra Coronel Pringles, la más importante de las estaciones después de Bahía Blanca. En el lugar hay tan solo un cuidador, porque el jefe de la terminal se jubiló; si bien está muy bien mantenida, no ha podido salir ilesa al vandalismo. Frente a ella funciona la casa en la que se alojan los trabajadores de FerroSur.

   Unos kilómetros al sur, accediendo por auto a través de un camino rural que nace sobre la ruta 85, se encuentran Stegmann y sus ovejas, verdaderas amas y señoras del lugar. La estación está abandonada, pero hay ovinos y sus desechos por todos lados. De la casa del cuidador solo quedan las paredes; del piso nacen cardos y yuyos esqueleto; las puertas y marcos de madera fueron arrancadas. La estación está abierta y la entrada está cubierta por la lona de una vieja pileta Pelopincho: las ovejas la usan, literalmente, para todo. En su interior no queda nada; hasta quedan signos de algún principio de incendio.
   Unos 13 kilómetros hacia el sur por las vías, y un par más por caminos de tierra, se llega a Estación Peralta, partido de Coronel Suárez. En el paraje funciona una escuela rural, con carteles que piden que el tránsito disminuya la velocidad, hay una vieja vivienda bien conservada y habitada, y un comercio cerrado en la única esquina del lugar. ¿El dato de color? Entre los pastizales aún sobrevive una vieja cancha de frontón, construida con los mismos ladrillos que la estación; en Cabildo también queda una.
   El edificio principal también está bien conservado, con las aberturas que mantienen el característico tono verde ferroviario; aunque tiene su propio basural, en general no está tan descuidado como Stegmann. La casa del cuidador y su patio están bien mantenidos y limpios; hasta hay una parra que cubre el paso del sol intenso del mediodía.

   Unos 16 kilómetros al sur, después de pasar el puente sobre el río Toro Negro y una serie de curvas y contracurvas por el cordón serrano, seguido del Sauce Grande, se llega a la joya del ramal: Sierra de la Ventana. A cargo y cuidada por la familia García desde hace un par de generaciones, en los últimos años ha sido el menor de los hermanos, Marcelo, quien ha pintado y mantenido el lugar, poniendo en funcionamiento también un increíble museo ferroviario.
   A partir del 1 de abril, más allá del cierre de Ferrobaires, en el lugar se expenderán pasajes para la línea La Madrid del trayecto Bahía Blanca-Constitución.
   Siguiendo la línea, a 9 kilómetros llega Saldungaray, donde se puede ver el trabajo del otro hermano García, Rubén, recientemente jubilado. El pasto se mantiene corto y la estación se mantiene pintada y en buen estado.
Allí funciona una dependencia de FerroSur Roca. Los galpones están alquilados a la empresa Celulosa Alto Valle, de Cipolletti: desde Saldungaray se envían troncos al sur y se recibe el papel, donde se almacena.
   Ayer los vecinos llevaron a cabo allí un festival cultural, mientras esperan noticias de las gestiones que viene haciendo el municipio de Tornquist para que la estación pase a la órbita de la comuna, como ya pasó con Sierra de la Ventana. Si esto ocurre, la idea es que en el lugar pase a funcionar una terminal de colectivos o un centro cultural.

   Desde el extremo sur de la localidad parten dos caminos bordeando las vías: uno de ellos las acompaña unos kilómetros y después abandona la traza, dirigiéndose al dique Sauce Grande; el otro no abandona nunca la línea del ferrocarril y se dirige hacia Estomba. Inaugurada en 1903, en sus alrededores persiste un modesto caserío donde habitan una o dos familias. En la estación vive Verbeke, junto con sus perros y un caballo.
   De los cuatro galpones que hay allí, solo dos tienen el techo completo. Un tornado que pasó hace algunos años dejó un reguero de chapas tiradas por doquier; en la estructura quedan otras, que al menor viento flamean, chocan entre sí y se siguen cayendo. El interior del galpón 4, el más castigado, casi parece el escenario de un videojuego de terror: una sola entrada, plantas que nacen entre el cemento del piso, oscuros pasillos en los laterales, columnas y cabreadas de madera, y un inmenso agujero en el medio por donde ingresa el sol.
   Unos 200 metros al sur se encuentra la casa destinada al jefe de estación. Allí no queda nada; todo fue robado, hasta las aberturas.

   Unos 17 kilómetros después aparece Cabildo, donde la gente ha mantenido celosamente la estación que, como las demás de la línea, comenzó a funcionar en los primeros años del siglo pasado.
   Las vías dividen a la localidad y muchos terminan usando la estación como lugar de paso. Desde hace algunos años, a través de la Ordenanza 15.568/2010, en el lugar funciona el Museo Histórico Regional.
   Continuando con la línea hacia Bahía Blanca debería aparecer Cochrane, pero es casi imposible de distinguir. Ni siquiera hay un camino que bordee las vías para arribar a (lo poco que queda de) sus ruinas; es más fácil hacerlo a través de la ruta 51.
   Por último, Corti es otra estación a la que conviene llegar por la 51, aunque haya caminos rurales pasando la zona de Cochrane o el puente Canesa. También asignada a un cuidador, el lugar parece más un sitio de cría de animales y aves de corral, que una estación de tren; es más, en el estar principal del edificio hay palomas, gallinas y hasta un pichón de avestruz; también hay galpones y algunos vagones viejos. Eso sí, la zona dedicada al paso del tren se encuentra en estado impecable, casi como si fuera un paño de billar.

La Nueva

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Creado por Julio Torreguitart